La ética desde el ámbito profesional


Escrito por:

Basto Prada Jorge.
Abogado Uniciencista.
Ingeniero Agrícola de U. Nacional.
10 semestres de I. Civil de U. Nacional.


La honestidad no es una virtud, es una obligación. Andrés Calamaro. cantautor. Nuestro mundo requiere cambios que necesariamente comienzan en los personales de cada uno de nosotros. Como lo propuso el filósofo chino, Confucio (1), se nos impone nuestra buena conducta en la vida, el buen gobierno del Estado, el cuidado de la tradición, el estudio y la meditación, de donde se desprenden como virtudes la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo y el respeto a los mayores y los antepasados.

La Constitución Política de 1991, diferencia claramente el actual Estado Social de Derecho de su antecesor, el Estado de derecho, determinando no solo preceptos normativos sino también principios que tienen en cuenta la posición privilegiada de los seres humanos en la escala evolutiva y nuestra condición de seres sociales por excelencia. Estas realidades son obligatorias no solo para el cumplimiento de la Constitución y la ley, sino también para comportarnos a la altura exigida por nuestro compromiso social. Estamos comprometidos como profesionales a movernos dentro de un estricto marco ético, tanto en nuestras relaciones laborales como en las sociales, diferenciando siempre y claramente lo bueno de lo malo dentro del contexto del bien común. Tenemos una responsabilidad política frente a la sociedad y otra mayor frente a nosotros mismos, como parte que somos de la comunidad humana. Esta realidad nos empuja a hacer nuestros los principios de la buena fe, la solidaridad social, el respeto a los derechos ajenos y el no abuso de los propios. Se impone hoy más que nunca un autocontrol que deje en el pasado todo el lastre de los dineros mal habidos y rápidamente conseguidos, que hicieron carrera y posicionaron una forma ligera de ver la vida en donde lo único importante eran los fines, despreciando los medios tal y como Nicolás de Macchiavello (2) lo propuso en el medioevo.

Nos queda la tarea de volver a creer en nosotros mismos, de prepararnos diariamente para no dejar anquilosar el conocimiento aprendido, de actualizar nuestra información de un mundo en permanente cambio; pero, por encima de todo, no debemos permitir que lo bueno del pasado sea eliminado de nuestras vidas, debemos volver a la lectura del texto físico tanto como del virtual y repasar la historia para no convertirla en parodia. Sobre el particular, el docente universitario Joaquín Robles Zabala, en uno de sus escritos del 2014 (3) titulado ¿Por qué los colombianos leen tan poco? Sostiene como conclusión aterradora que el 82% de nuestros estudiantes universitarios solo tienen como lectura prioritaria los apuntes de clase, manifestado igualmente que según un estudio de Colciencias, los estudiantes universitarios colombianos no leen bien, escriben mal y comprenden por supuesto, escasamente lo que leen, sosteniendo finalmente que resulta sumamente grave que los espacios perdidos por las bibliotecas los estén ganando las cantinas.

No podemos darnos el lujo de continuar repitiendo los esquemas mentales de la costumbre, dejando de lado la racionalidad que nos impone en primer lugar la autocrítica de nuestro diario ejercicio ciudadano y seguidamente el cuestionamiento de todo lo que las acciones de los hombres producen permanentemente, realidad que recibimos deformada por los medios de comunicación, que hacen suya la máxima que identifica la verdad como esa primera baja de cualquier contienda. Continuemos caminando por el difícil sendero del conocimiento que es la única garantía para que estadísticas como las comentadas, solo sean un ingrato recuerdo.


(1) Confucio. 550ac-478ac. No dejó nada escrito. Sus discípulos recopilaron sermones y diálogos en “Las Analectas”, traducidas primeramente por el misionero Legge y después por Jennings.

(2) De Macchiavello Nicolás. El Príncipe.

(3) http://www.semana.com/opinion/artículo/los-colombianos-leen-poco-opinion-joaquin-robles

 

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