La soledad del empresario en la pandemia


Escrito por: Alejandro Londoño Cárdenas.
Ingeniero de Sistemas con MBA y Estudios de DBA.
Su campo de acción es el alineamiento estratégico de empresas e inteligencia de negocios; la reorganización, estructuración y valoración de compañías; la implementación de buenas prácticas de gobierno corporativo y manejo de problemáticas propias de empresas de familia. Participa activamente en juntas directivas y consejos de socios.
Es conferencista sobre temas relacionados.
Consultor Empresarial y Representante de SAVIESA S.A.S.


Decían que había un virus que estaba matando personas en China, al principio, no se daba mucha credibilidad a esa noticia, pero semanas después, el mundo se fue sumergiendo en medio de una epidemia. La palabra pandemia la íbamos aprendido a distinguir mientras veíamos que nos contagiábamos todos.

Como gerente y nombrado para arreglar una crisis profunda causada por errores de un pasado reciente, me sentía confiado por las expectativas percibidas para el 2020. Se vislumbraban por fin, después de tres largos años de esfuerzos y sacrificios, números positivos para la compañía. La casa matriz y todos los demás públicos relacionados (stakeholders) reconocían y aplaudían nuestra gestión.

Los balances de cierre de año, en punto de equilibrio, nos atraían buenas noticias por parte de los bancos. Nos anunciaban una disminución importante en los intereses para la nueva deuda, la reestructuración de la actual y recursos frescos para tapar un descubierto que manteníamos con la DIAN (Eso hacía las proyecciones del año más alentadoras).

El COVID-19 lo veo llegar mucho antes que los que me acompañaban. Los cargos directivos siempre deben intentar leer los síntomas del ambiente y procurar adivinar cómo afectarán el futuro. En una reunión del Comité Directivo - que se dan todos los miércoles - les comento que “nos van a terminar encerrando a los colombianos como ya está pasando en Europa, y que eso impactará el ingreso, incluyendo los salarios”. Observo ofuscación en los rostros; unos deciden hablar, manifestando: ¡No debemos ser tan alarmistas, es muy pronto para especular, no debemos afectar el clima laboral!

Dos días después vino el confinamiento, que se fue prorrogando de quince en quince, y luego de mes en mes. No hay entrenamiento directivo para afrontar una situación de ese tipo. Por la fragilidad de la empresa, sabía que la caja, sin generación de ingresos, no duraría mucho tiempo. A la Junta Directiva, que se reúne mensualmente, la comienzo a mantener informada casi a diario de las decisiones que se irían tomando: vacaciones, suspensiones voluntarias y unilaterales, negociaciones con arrendadores y prórrogas de créditos… y algunas que otras muy mínimas cancelaciones de contratos. La nómina, la prioridad, seguida por los servicios públicos básicos y la seguridad.

Todos los presupuestos se fueron al traste y nos tocó sentarnos de nuevo a rehacerlos. Trabajé en Semana Santa en distintos escenarios intentando profetizar algo que nadie tenía claro. Las entidades financieras y la casa matriz pedían la tarea con rigor. Esperaban que los gastos se ajustaran con proyecciones incipientes de ventas. ¡Un absurdo! Los empleados, más de 300, me acompañaron en mi intento por salvar la empresa, aceptando con resignación suspensiones y reducciones de jornadas y salarios, garantizando un mínimo vital. Los cargos con mejores condiciones aportaron un mayor sacrificio. Nueva estrategia: ¡Sobreaguar el año 2020!

Los apoyos ofrecidos por el Gobierno Nacional, aplicando sus filtros de momento, no nos favorecieron para nada. Defiéndase como pueda te dice ese socio glotón, y también te advierte en tono amenazante, que no puedes tomar medidas radicales, como despidos masivos sin su autorización. Observo con impotencia que a una empresa que paga muchísimos impuestos le toca asumir todo el chapuzón de una frenada en seco de la economía que aquellos mantienen engavetada en un cajón. Las pérdidas comienzan a sumar cientos de millones a nivel general.

Ahí, en ese justo momento, compruebo esa verdad que se le reconoce a Winston Churchill: “Algunos ven a la empresa como una fiera que hay que abatir, otros como la vaca que hay que ordeñar, y muy pocos la miran como el caballo que tira del carruaje”.

Las promesas de los bancos, ante la actual situación, comienzan a desvanecerse; a los ejecutivos comerciales, cuando los llamas, se les nota su frustración y molestia. Lo siento, te dicen, las áreas de riesgo nos imposibilitan ampliar los cupos existentes. Afortunadamente, por no afectar su calidad de cartera, postergan las operaciones crediticias, sin renunciar, por obvias razones, a los intereses que darían los nuevos plazos. Las reducciones del Banco de la República de más de 300 pbs no se trasladan en una reducción del costo del endeudamiento, y cuando preguntas, te responden: “es que el riesgo de mercado aumentó” - otro salvavidas que no nos alcanza a llegar.

La casa matriz, aprovechando una posición dominante, te embute el inventario a las malas para que tu cargues con el costo, sabiendo que las ventas se han frenado en seco, y te dicen: “tranquilo, te acompañamos, tendrás las prorrogas del caso” - en lenguaje soterrado: te estoy trasladando una carga financiera que no pienso asumir. Te preguntas: ¿Eso no es abuso de poder?

La caída en ventas de más de un 40% del pronóstico inicial, después de 6 meses de encierro, lleva a que tu rotación de inventario pase de un plazo normal de 2 meses, a 5 y 6 meses.

Cómo si no fuera poco, los establecimientos de comercio tienen la prohibición de abrir, pero las marchas acompañadas por desadaptados rompen las vitrinas, y cuando no lo logran, las dejan manchadas con pintura química imborrable (vaya a aquejarse al mono de la pila, porque hasta a los policías, que están para defendernos tenemos que salir a defenderlos a ellos porque los están linchando). La inseguridad se dispara, y en las calles vacías, los bandidos adelantan su agosto, por lo que te ves obligado a reforzar la seguridad privada.

Por noticias escucho que la “justicia” deroga una iniciativa de un grupo de parlamentarios sensatos, muy pocos, a decir verdad, que buscaban disminuir los salarios de los “servidores públicos” más pudientes: entre un 10% y un 15% (no guarda relación alguna con el sacrificio que hemos asumido el resto). El argumento que los magistrados de las altas cortes dan, es que es inconstitucional, que se están afectando derechos fundamentales adquiridos. Y vuelvo y me pregunto: ¿Y es qué acaso en esa Constitución no todos somos iguales? ¿Cómo así? ¿Nosotros los del sector real, los que verdaderamente generamos el ingreso nacional - lo que llaman los economistas el PIB -, tenemos que hacer titánicos sacrificios, mientras ellos, seres privilegiados, sí tienen derechos adquiridos que les blinda el tener que bajarse sus salarios? Un magistrado, dice la prensa, con un sueldo superior a los $23 millones mensuales, es uno de los que denunció la ponencia indicada, porque vio amenazado su mínimo vital (¿qué tal ese mínimo vital de esa pobre víctima?). Me digo: ¡Esto no puede ser verdad! Las cargas de este estado bienhechor no están para nada balanceadas.

Los arrendadores nos acompañaron, en su mayoría, con reducciones en los cánones, pero otros, los más usureros, amenazaron con demandar o quitarnos el local, sabiendo que tienen el toro por los cachos, pues hay mucha plata invertida en adecuaciones y reconocimiento del punto comercial.

Así es como la mayoría de las empresas hemos sentido esta crisis, ¡en una gran soledad! Intentando, como siempre, parándose ante las caídas, rogando para que esos, que denominamos servidores públicos, nos acompañen, y rogando para que la pandemia termine pronto (aunque los expertos dicen que perdurará por uno o dos años más).

La pobreza no se termina acabando con la riqueza, eso lo he entendido, se acaba generando y atrayendo más riqueza. Las almas caritativas deberían dejar sus discursos utópicos y mostrar con ejemplo dónde harán ellos también los sacrificios.

La experiencia me ha enseñado que en las situaciones más difíciles logras conocer a las personas, porque sale a relucir lo mejor o lo peor que todos tenemos escondido. Pues bien, en esta crisis todos los empresarios y los trabajadores son héroes anónimos, superados posiblemente en esta ocasión por todos los trabajadores de la salud y las fuerzas del orden. Roguemos para que logren sobrevivir la mayoría. Sé que la recuperación y prosperidad volverá, aunque algunos la menosprecien (hace 200 años más del 80% de la población era pobre, hoy el Pareto ha dado la vuelta, se ha reducido al 20%; y deberíamos reconocerle eso a la libertad de mercado).

Estoy seguro de que, si dejan actuar a los empresarios y emprendedores, como es su esencia, la de unos caballos de trabajo y brío, encontrarán alternativas que nos llevarán a sobreponernos. ¡Ah! y señores gobernantes, dejen sus bonitos discursos y muestren con acciones que realmente nos acompañan, y de paso, hagan un acto de contrición y bájense un poco sus prebendas, y demuestren que realmente quieren servir y no estorbar.

Posdata: La culpa no fue de la vaca en esta ocasión, sino de los chinos ¡y que no se hagan los chinos! y esperemos qué su bonanza, como buenos “socialistas”, ayuden a financiarle al mundo pobre los costos de esa vacunación que estará por venir (limpien un poco su desastre).