Alicia en el país de las emociones: miedo vs indignación

Por: Fernando Aurelio Guerrero Cárdenas

Alicia entra al juego de la gran partida entre la Reina Roja y la Reina Blanca, ambas pasionales y emocionales. La Reina Roja no sabe controlar su ego, pero es capaz de moverse con rapidez y sin esfuerzo. La Reina Blanca parece plantear preguntas ilógicas, pero sabe cómo ascender mejor que nadie de peón a reina. Alicia sabe cómo debe ser lo que es en el país de las maravillas...


Escrito por: Fernando Aurelio Guerrero Cárdenas.
Doctorando en Derecho Universidad Externado de Colombia.
Magister en Litigio Internacional DH y DIH.
Especialista en Derecho Constitucional, Especialista en Derecho Administrativo.
Docente Uniciencia, Especialización Derecho Constitucional.


"Puedes engañar a todos algún tiempo y a algunos todo el tiempo; pero no puedes engañar a todos todo el tiempo”
Lincoln

Alicia entra al juego de la gran partida entre la Reina Roja y la Reina Blanca, ambas pasionales y emocionales. La Reina Roja no sabe controlar su ego, pero es capaz de moverse con rapidez y sin esfuerzo. La Reina Blanca parece plantear preguntas ilógicas, pero sabe cómo ascender mejor que nadie de peón a reina. Alicia sabe cómo debe ser lo que es en el país de las maravillas, pero frente al combate entre monarcas, no le es claro si la Reina Roja es la peor opción en el trono o si la Reina Blanca puede ser lo que no es su hermana. Con todo, son reinos de emociones donde se iconoclasta el repudio a la Reina Roja y se iconoclasta lo que puede ser la Reina Blanca. En escenarios así, la conciencia popular se acorrala, se encierra y se pone a caminar en círculos.

En un escenario más gravoso se puede polarizar aún más los reinos de las emociones, se puede instrumentalizar el repudio y la esperanza demasiado confiada. El poder de la manipulación puede hacer que la Reina Roja juegue con el miedo y la Reina Blanca con la indignación. El miedo involucraría eficazmente la angustia por el devenir, la incertidumbre frente al presente y nostalgia por el pasado. La indignación lograría persuadir el rechazo a la deliberación y emprendería con eficacia la soberbia para una rebelión irracional contra quienes tienen miedo. En medio de esto la lucha de Alicia sobre lo que debe ser queda en la encrucijada.

En una guerra donde se enfrentan las emociones, si explota un proceso generalizado de declive moral percibido como casi imposible de resistir, la corrupción de la deliberación sería su consecuencia. Tanto los que tienen miedo como los que están indignados, se verían afectados por tal fenómeno. La corrupción podría atacar de manera agresiva la democracia deliberativa con el impacto al orden moral, gana adeptos permisivos y desmiembra los argumentos de los indignados. Lograda la meta de que las buenas costumbres se pierdan y que la restauración sea una utopía, la corrupción lograría instalarse en parte de la sociedad como un vicio moral. Esto permite que un gran grupo poblacional siga eligiendo un sistema de corrupción o en su defecto lo consienta. Al mismo tiempo logra que los indignados no combatan la corrupción en tiempo real, sino que sus ataques anticorrupción caigan en terrenos del pasado o se eleven para el futuro.

El gran juego se sofistica si los defensores del miedo y los de la indignación, se basan en sólidas ideologías, la primera en la permisibilidad y la otra en la desnaturalización. Del mismo modo, si cuentan con actores intelectuales que produzcan ideas falsas en ambos bandos. Ahora, si aplican ciencias comportamentales, paralelamente encausarían luchas sociales anticorrupción pero basadas en el sistema de pensamiento falso. No tendrían como fin ejecutar actos anticorrupción en garantía del bien común, sino mantener ya sea la voluntad permisiva o el repudio a todo lo que viene de las instituciones. Con todo esto, podrá predecirse como se alinean las institucionales para reforzar, potenciar y multiplicar la creencia ciega en la ideología permisiva. Y también se podrá explicar cómo se implanta en la sociedad la indignación como quien distribuye un virus emocional que intenta instalarse en la comunidad deliberativa como una virtud.

Las estrategias dirigidas a las emociones populares hacen propio el objetivo de instrumentalizar cada oportunidad de comunicación. Cada mensaje debe influir en las emociones, todos los resultados comunicacionales deben apuntar a ser favorables a sus intereses. Igual hay que restringir los mensajes a lo que quiere la mayoría pero que no es perjudicial a los fines. También hay que administrar la información y de ser el caso mostrarla de forma incompleta para reducir su eficacia. También es funcional presentarla de forma artificial para que sea simbólica o tímida, a efectos de reducir su fuerza de ejecución. El presentar datos por fuera de la Constitución también posibilita contrataques posteriores.

Con todo, Alicia presenciaría la desnaturalización y desmembración de la deliberación por el deber ser. Encontraría propuestas que resuelven asuntos silenciando otros. Escucharía propuestas de batallas que desdibujan los fines que deberían perseguirse y protegerse. Vería como se ganan batallas de asuntos leves y como se avalan aspectos fuertes de corrupción del proceso deliberativo democrático. Más aún, presenciaría el declive moral del país de las emociones, con la implantación de cánones de razonamiento moral falsos para presentar razones sobre la permisividad con la corrupción o para que se justifiquen actos violentos físicos o emocionales. Vería como se presentan como necesarios realizar balances de principios, donde el combate a la corrupción se vería atenuado en aras de priorizar otros fines. En el país del juicio del mal menor entre el miedo y la indignación, la lucha contra la corrupción se aprisiona y se desmiembra.


 

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